martes, 10 de noviembre de 2009

Internet y adolescentes

En mi casa siempre hubo muchos libros y revistas, no sólo material didáctico, sino cuentos, novelas, enciclopedias y documentales. La biblioteca era el lugar de consulta para nuestras tareas escolares y donde encontrábamos pasatiempos para los momentos de ocio. Sin embargo, también estaban los libros catalogados “para adultos”, que mi mamá nos había advertido que no debíamos leerlos hasta ser mayores.

Ayer, como hoy, hay información apropiada para cualquier edad y otra que durante las etapas de crecimiento es difícil de procesar para la mente adolescente.

La diferencia radica en la gran “biblioteca” global, Internet, que se ha convertido en una fuente de información a la que accedemos cotidianamente cada vez más personas, de todas las edades y en todo el mundo.

Internet nos presenta algunos desafíos interesantes a la hora de educar a nuestros hijos, el acceso a la información y la producción de la misma, dos caras de una misma moneda.

Aunque en las instituciones educativas, como en los hogares, se utilicen filtros para evitar el acceso a sitios con contenidos para adultos, no existe nada que nos garantice que durante determinadas búsquedas, absolutamente inocentes o académicas, Google nos devuelva alguna imagen o dirección indeseada. Esto se debe principalmente a los sistemas de búsqueda, a la amplitud de los contenidos distribuidos por la red y a la posibilidad creciente de publicar sin necesidad de conocimientos específicos en materia de informática.

Así surgen las preguntas de muchos papás ¿Cómo determinamos la información que nuestro hijo recibe? Cómo controlamos los datos que publica en la web?

Aquí algunas palabras claves:

  • Ante todo, calma. Vale aclarar que aquellos “libros prohibidos” eran los que más me interesaba leer, tan sólo por obra y gracia de la prohibición que ostentaban. Y cuando finalmente los leí me llevé una gran decepción. Recordemos que en épocas de rebeldía prohibir es la mejor publicidad (tan sólo hagamos memoria y recordemos nuestra adolescencia).

  • Acompañar. Sin presionar y sin invadir, acompañemos. Estemos allí para evacuar las dudas que se les pueden presentar a nuestros hijos. No veamos en la computadora a un enemigo, sino una oportunidad más para una actividad en familia. Y de paso, recordemos que la mejor opción a la hora de ubicarla es elegir un espacio común de la casa, puede ser el lugar de estudio, accesible por toda la familia, pero no un dormitorio.

  • Informar, sobre los peligros de relacionarse con extraños. Que es tan solo adecuar a los tiempos que corren aquella frases escuchadas tantas veces de nuestros padres: “no hables con extraños”, “no aceptes caramelos de desconocidos”, “no aceptes una bebida que te regalan, andá a saber que puede tener”. Es tan fácil encontrarse con gente mal intencionada en Internet cómo en la calle o en un boliche; si bien es cierto que favorece el anonimato, también existen medidas de seguridad en todos las redes sociales que nos permiten evitar intrusiones no deseadas.

  • Incentivar, a los niños y adolescentes a explotar al máximo las ventajas de estar conectados. La red es un universo increíble de oportunidades de encontrarnos con el conocimiento. Importantes investigadores, y otra gente dedicada a temas específicos, han volcado sus experiencias en Internet, y muchas veces habilitado canales de consulta en donde podemos entablar diálogos con ellos. Hay un mundo más allá de Facebook y YouTube, tan sólo debemos descubrirlo juntos.

  • Equilibrar, el tiempo frente a la computadora. Todo aquello que se hace en exceso y sin límites es nocivo, de allí la importancia de lograr un equilibrio. Con la particularidad que en un mismo soporte físico aquí encontramos tanto el estudio como el esparcimiento, lo que debemos dosificar de la misma manera que hacemos con el deporte, las salidas, el gimnasio o las horas de lectura.

En definitiva, podemos ver que los tiempos y los medios cambian, pero nuestros miedos no son tan distintos a los que experimentaron nuestros padres y nuestros abuelos. No hacemos más que tratar de conciliar nuestras experiencias y expectativas con las rebeldías propias de una edad y las novedades de una época.

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